¿Por qué educación sexual?
La
educación sexual tendría que situarse como una de las enseñanzas
más primarias que todo ser humano tendría que tener derecho a
recibir, de una manera adecuada y adaptada a sus posicionamientos o
intereses ante la vida.
Hoy
en día la educación sexual de emergencia que se ofrece (cuando se
ofrece) está centrada en la salud genital para evitar contagios y
sobresaltos relacionados con la reproducción como si fuera un
cursillo de primeros auxilios ofrecido por voluntariosos
profesionales de la salud de cualquier ONG.
La
educación sexual de emergencia que todavía hoy sigue impregnando
bastantes de las intervenciones que se realizan en el ámbito formal
o informal del entorno educativo se basan en el peligro, en el
¡cuidado!, en la enfermedad y en la descorporalización de la
sexualidad.
Imaginemos
a Karlos Argiñano en cualquiera de sus programas televisivos dando
información sobre las enfermedades que podrían coger los y las
televidentes sino limpiasen las verduras que están a punto de
cocinar. Imaginemos que en vez de ofrecer la receta correspondiente,
con sus variantes y su afan por introducirnos en el mundo de la
cocina dedica la mayoría del programa a alertarnos sobre los
peligros que tendríamos si no mantenemos unos niveles de limpieza
adecuados para cocinar, sino elegimos productos con garantias
sanitarias, sino nos lavamos las manos ante de preparar un suculento
plato,... ¿Alguien osaría a cogerle el gusto a esto de la cocina
con toda esta retahila de despropositos desalentadores y temerarios?
Pues
esto mismo ocurre con algunas intervenciones educativas que, todavía
hoy, se siguen realizando. Centran el debate en los peligros, en una
visión culpabilizadora y culpabilizante del Hecho Sexual Humano.
Como diría Efigenio Amezúa, en una educastración sexual.
Alguno/a
podrá decir que la salud, la salud sexual y las medidas sanitarias
en los alimentos son importantes para nuestro desarrollo y, por
supuesto, nadie le podrá decir que no, pero centrar el debate en los
peligros crea un desasosiego que no repercute en una visión
positiva, ni de nuestro cuerpo, ni de ningún otro ámbito de nuestra
existencia. ¿No os parece excesivo y bajo sospecha tener que
recitarle, con pelos y señales, a cualquier adolescente la larga
lista de infecciones y enfermedades de transmisión sexual, con su
ficha, síntomas, consecuencias y tratamiento, como si fueran
estudiantes de medicina?
La
educación sexual no debe basarse o centrarse, siguiendo de nuevo a
Efigenio Amezua, “en decirles algunas cosas para que sepan
entretenerse con esos juguetes que son sus genitales y para que no
los deterioren mediante su ejercicio" sino en una apuesta
corporal centrada en el sujeto, en el sujeto sexuado que tiene a su
alcance un sinfín de propuestas cultivables.
El
cuerpo es la plataforma que hace posible que nuestro ser sexuado
adopte la forma y contenido que crea conveniente teniendo en cuenta
varias variables o circunstancias que se articulan en cada sujeto de
una manera biográfica.
La
biografía sexual es por lo tanto una de las claves ineludibles para
dotar a la educación sexual de una arquitectura propia, cambiante y
adaptada en todo momento al trípode bio/psico/social que cada
persona tiene que ir descubriendo, desarrollando y dándole entidad
en cada momento de su vida. Por lo tanto en cada etapa vital
necesitaremos una educación sexual diferente. Una educación sexual
que se adapte a nuestras necesidades y deseos y que, implemente
nuestra realidad corporal con el mundo que nos rodea.
Este
trabajo personal que cada persona tiene el derecho y el deber de
realizar es en realidad la educación sexual que necesitamos, con
ayuda o sin ayuda, para afrontar nuestra existencia en las mejores
condiciones y con cotas de felicidad aceptables.
En
la infancia, desde el nacimiento, la educación sexual debe ir
encaminada a la aceptación del yo y del nosotros/as, de una
identidad sexual que hace reconocernos en una realidad corporal y
sexuada. En este proceso jugará un papel fundamental el juego con el
cuerpo a través del baile, del ejercicio físico y del contacto con
el cuerpo del prójimo.
En
la pubertad este proceso anterior debe continuar aceptando los
cambios corporales en positivo y, en paralelo, construyendo una
erótica que nos permita exteriorizar e interiorizar nuestras
emociones y deseos.
En
la juventud todos estos procesos irán afianzándose hacia unas
percepciones personales y sociales que nos capaciten como sujetos
deseantes y deseados en interrelación con nuestro entorno.
En
la edad adulta y hasta el último de nuestros días será preciso ir
revisando todo nuestra construcción sexual que hemos ido concretando
día a día y que ha ido perfilando nuestra biografía sexual. Esta
revisión y toma de decisiones es imprescindible porque los avatares
de la vida van a ir recolocando continuamente nuestros deseos y
emociones. Si nuestras relaciones sexuales, familiares, sanitarias,
afectivas, convivenciales y económicas no son iguales en las
diferentes etapas de nuestra vida no podemos mantener unos mismos
esquemas de entender nuestra sexualidad, nuestro cuerpo, nuestra
erótica y la manera que tenemos de tener relaciones sexuales. La
sexualidad irá perfilándose como un tratado de arquitectura donde
diferentes variables irán resituando nuestros gustos hacia la
construcción continua y cambiante de nuestro modelo de sexualidad.
Oskar Aranda Pedagogo, coeducador y sexólogo.